Recuerda que el odio viene en diferentes “envases”: la molestia, la irritación, la hostilidad, la frustración, el deseo de venganza, la mala voluntad, la rabia, la ira, el resentimiento o la aversión.
Reconocernos como una persona que odia y admitirlo no es una tarea sencilla, duele mucho. Es especialmente desolador para las personas que nos creemos “razonables” o “intelectuales” y que hemos construido rasgos identitarios monolíticos en torno a conductas y comportamientos enraizados en el odio (por ej. la persona “gruñona» de la familia, “la que lleva la contraria”, “la oveja negra”, “la rebelde”).
La honestidad y la autenticidad pueden servirnos de intenciones claras en las que enfocarnos para trabajar nuestros sentimiento de odio durante la práctica de la meditación. También el cultivo voluntario del deseo de cambiar el odio y transformarlo. No se trata de presionarnos para sentir sentimientos bonitos, sino de liberar la parte de nosotras mismas que se quedó en el conflicto con esa persona o con una situación concreta.
También es útil recordar que el odio tiene una fuerte carga emocional y de energía contenida que puede resultar beneficiosa durante la meditación si logramos identificar con claridad los aspectos del odio que nos hacen profundo daño. El miedo está íntimamente ligado al odio, así que es posible que surja también esta emoción en tu práctica de meditación.
El sentimiento del odio (o miedo) puede transformarse de negativo a positivo de un momento al otro y lo hace con la misma intensidad de la emoción inicial. Cuando sucede eso es como un subidón de paz indescriptible.